lunes, 14 de mayo de 2007

El Bocadillo

Dormir en el pueblo de mis abuelos los fines de semana era, lo que más feliz me hacía en la infancia. Ahora lo recuerdo con una mezcla de dolor y felicidad que me hace sonreír, mientras se resbalan lágrimas por mi cara y un dolor me atraviesa el las entrañas.
No pretendo ser poético. Ya dije que esto era un ejercicio casi egoista para curar mi alma. Así qué, perdonen mi falta o exceso de lirismo en cada frase. Voy a escribir lo que siento en cada momento.
La casa de mis abuelos era enorme. Tenía cuatro pisos. Era angosta, gris, con suelo de cemento y paredes sin encalar. Recuerdo barricas de vino, olor a mosto y azufre quemado, botellas de aguapata. En el fondo estaba el lagar. a la derecha una mesa de madera verde medio despintada y unos troncos de madera que hacían de banquetas. Era mi lugar de juegos favorito. Allí guardaba mi bici. Era una bicicleta de carreras antigua heredada de mi padre. Recuerdo que hace pocos años la vi y me pareció que seguía igual; con aquel rojo apagado y sus ruedas negras y blancas, con los radios llenos de banderitas y el ring ring de su timbre que hacía sonar para que mi abuela supiera que ya había llegado de la plaza.
Muchas noches bajaba y me sentaba a ver las interminables partidas de tute de mi abuelo y sus amigos. Me encantaba la seriedad y el silencio con el que jugaban. "En el tute no se habla; decía mi abuelo".
Encima de la bodega, estaba "la venta". "La venta", era el negocio de mis abuelos; había de todo lo que se puedan imaginar... fruta, congelados, ropa, material de ferretería, pienso para los conejos y las gallinas, bebidas, golosinas de todo tipo.

Yo dormía en el piso de arriba. En el dormitorio de mis abuelos, en una cama altísima de hierro azul y colchón de muelles. Las duermevelas eran divertidísimas. Mientras mi abuela leía novelas de Corín Tellado; mi abuelo y yo jugábamos la baraja. Mi abuelo me enseñó a jugar al tute, envite, al burro (jajajaja), la ronda e infinidad de trucos de magia que aún recuerdo. Mi abuelo mostraba una devoción por todo lo que hacía conmigo, que no ha tenido nadie, ni siquiera mis padres. Recuerdo que le encantaba que le contara chistes de Jaimito, que aprendía en el colegio. Él se partía de risa.

El amanecer me sorprendía con el bullicio de la gente del pueblo que venía a comprar a "la venta", pero sobre todo el olor a pan de pueblo. Me levantaba de un salto me duchaba con agua fría y bajaba corriendo a hacerme "El Bocadillo": chorizo de perro, jamón y queso. El bocadillo perfecto. Ese era siempre el principio de un gran fin de semana.
No he vuelto a comer bocadillos de chorizo, jamón y queso; desde hace más de 20 años. Quizás deba comerme uno otra vez.

8 comentarios:

Eva Primigenia dijo...

Para mi era el "almuerzo". Mi abuelo se levantaba a las 5 de la mañana y salia a regar los chopos. Los chopos estaban en la parte de atrás de la casa que mis abuelos tenían en un pueblo de la sierra de Madrid, una casa a la que en mi temprana infancia iba todos los fines de semana y vacaciones escolares. Aún hoy me resulta fácil recordar el sonido de la brisa meciendo las hojas de los chopos. De los chopos siempre me gustó todo, desde ese nombre sonoro (chopo, chopo, chopo) a la música del breve cimbrear de sus ramas pasando por su esbelta figura. Allí los recuerdo en linea, los cinco, y recuerdo la frase de mi abuelo en las tardes de calor cuano el sol iba alargando la sombra de la parte de atrás, "me voy a sentar un rato a los chopos".

Pero por la mñana no, por la mañana la casa estaba fresca y era más agradable sentarse en el porche "de delante", en las sillas de forja pintadas de blanco y cojines de plástico. Alli, a eso de las 9, se sentaba mi abuelo a "almorazar" y alli le rodeábamos mis hermanos y yo como pájaros pendientes de las migajas. Mi abuelo almorzaba un tomate cuyo olor aún me parece recordar. Lo iba cortando en rodajas con un cuchillo afilado hasta casi desaparecer contra una rebanada de pan de hogaza, le ponía sal y se lo llevaba a la boca. Y entre bocado y bocado iba alimentando a aquellos polluelos que estábamos a su alrededor. Y se comía un trozo de chorizo o de morcilla de Salamanca. Y bebía vino de bota. Recuerdo haber probado trocitos de pan mojados en vino que ahora, al recordarlos, me arrancan una sonrisa y me inundan de ternura. ¡Qué felices aquellos días de inocencia! ¿Volveré a escuchar la brisa entre los chopos?

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Me ha desconcertado tu comentario ya que en realidad no se quien eres y no voy a gastar un ápice de energía en tratar de averiguarlo. Vistas las cosas como están tu decidirás cuando y como debo enterarme. En cualquier caso te espera una travesía difícil, las turbulentas aguas del desengaño son difíciles de atravesar. No creo poder remar contigo pero a veces lo único que necesitamos, lo que en realidad necesitamos, es un testigo.

Eva Primigenia dijo...

Si había entendido tu metáfora, aunque me desconcertaba saber como habrías ido a parar a mi blog y a qué blog. Duda desvelada.

Solo añadir que las breves lineas de tu respuesta han sido suficientes para remover limos de mi ánimo que creía posados para siempre. Pero no me importa. Descubro que la mirada a través de la cual te conocí era corta y me privó de los muchos matices que se desvelan en tus escritos, matices de una humanidad rica e interesante. Confío en que esos mismo ojos, a través de los cuales también em conociste a mi, no dejaran mi imagen mermada y desdibujada. En todo caso lo que cuenta es el futuro y ese solo está en nuestras propias manos. Ojalá podamos seguir conociéndonos y compartiendo, al menos, estos ratos virtuales.

Azul Flojo dijo...

Por supuesto que no tengo ningún tipo de prejucios. No se cpnoce a la gente por lo que te cuentan de ella. La verdd es que visito tu blog, buscando siempre la frescura de tus escritos. He de confesar que con lo de tus hijos estuve largo tiempo llorando y pensando.
Espero animarme algún día a dejarte mi tarjeta de visita.

Unknown dijo...

La lectura de estos posts produce en mí un sentimiento agridulce. El sentimiento de un mundo lejano, casi desvanecido en el tiempo, ajeno ya al dolor (si lo hubo) o atemperado por mi propia edad. No puedo guardar esa imagen amable, cariñosa y solícita de mi abuelo. Su imagen fue siempre la de una autoridad absoluta, inapelable, sin concesiones de ningún tipo a un niño que se vio obligado a vivir sin el contacto directo con sus padres en unos años críticos de su vida. Hoy puedo comprenderlo mejor, claro, pero su recuerdo continúa en mi asociado a un mundo gris, lluvioso, fuera del tiempo. Un Macondo antes de inventarse Macondo.

Azul Flojo dijo...

Bienvenido a tu casa Miguel. La verdad que, un recuerdo similar tengo de mi abuelo materno. Muchas veces, cuando, oigo a mi madre hablando de la adoración que le profesaba, me parece que no estaba hablando del fascista que nos llamaba maricones por ponernos protector labial. O nos llevaba a tortas de un lado a otro de su casa.
Intento justificarla. Mi abuelo era marino y navegaba la mayor parte del tiempo; así que, mi madre y sus tres hermanas lo recibían como al héroe que regresa de la guerra para pasar sólo dos meses al año en su casa.

Eva Primigenia dijo...

De vezen cuando releos los posts y los comentarios de las páginas que visito, reviso matices, entreveo lo que a veces se escapa en una primera lectura. Aqui echo de menos algo que imagino que habrás tenido razones para retirar, permiteme que me aproveche de cierta complicidad y te pida que me cuentes, mejor en privado, por qué eliminar ese comentario.

Azul Flojo dijo...

Falta un comentario; pero lo borré sin querer. No controlaba mucho el blog todavía. No hay ninguna ptra circunstancia. Envíame tu correo y si quieres te explico lo que me pasó con nuestro común "amigo".

Eva Primigenia dijo...

eva.primigenia@gmail.com


"Debo leer en el mar la lección de lo inmenso y renombrar el color que la vida me enseña debo saber respirar un oxígeno fresco y regresar a ese sol que contigo me espera"

Silvio Rodríguez