lunes, 21 de mayo de 2007

Lucía



Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador...Un buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra.Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió.Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir, Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada.Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar.El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor.Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:
"Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días"
Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida.Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar.Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía:
"Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas"
El buscador se sintió terriblemente conmocionado.Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba.Una por una, empezó a leer las lápidas.Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años...Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó.Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.-No, por ningún familiar —dijo el buscador—. ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?El anciano sonrió y dijo:- Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré...:“Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:
A la izquierda, qué fue lo disfrutado.A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media...?Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso...¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo...?¿Y la boda de los amigos?¿Y el viaje más deseado?¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?¿ Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?¿Horas? ¿Días?
Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos... Cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido".


Lucía, cada vez que leo este cuento, siento que en mi tumba deben poner la suma de los días que pase contigo. Un día sin verte, sin jugar contigo, sin bañarte, darte la cena y acostarte. Un día sin que me despierte por la mañana con tu vocecita diciendo:" Vamos papito", y tirando de mi manta para que te acompañe a ver los dibus en la tele. Un día sin desayunar juntos, llevarte al cole, ir al parque o la playa; un dia sin tu sonrisa, tus ojos grandes llenos de vida, tu manera de observar y de querer saber. Un dia sin un besito o un abracito con tu cuerpecito. Es un día que he perdido en la vida.

Te quiero hija mía. Perdona mi parte de culpa.

3 comentarios:

Eva Primigenia dijo...

Un hermoso cuento y un hermoso comentario. Lamento tu tristeza que me es imposible imaginar. Lamento tu enorme dolor que vislumbro en la última frase. Nadie es culpable en estos casos amigo porque seguro que nadie quiso realmente causar dolor. En el propio error, si es que lo hubo, va implícita la penitencia, no te tortures.

Clodd dijo...

Meditaba acerca del dolor mas intenso que puede sentir una persona... Creo que en una sociedad hostil como la actual es la soledad y el abandono de parte de quien amas y aseguras que te ama lo que te hace poner de rodillas. Puedes estar seguro que Lucia no padecerà de esto pues tu amor por ella es indefinible y serà la mujer mas feliz del mundo al saber que el primer hombre que ha amado la amarà mas que su vida, siempre!

Azul Flojo dijo...

Intento no torturarme y se que no tengo culpa. Pero siempre queda un interrogante. Qué hice mal?.
Siempre pienso en el día en que pueda hablar con mi hija de este tema y espero que sepa entenderlo.
Qué felicidad le iba a dar yo, si no era feliz?
Pero la echo de menos cada segundo que pasa. Quisiera pasar más tiempo con ella. Al fin y al cabo no se fue a estudiar al extranjero.
Tiene 2 años y vive a 5 Km de mi casa. Se que hay que desprenderse de los hijos... pero a mí me ha llegado demasiado pronto.


"Debo leer en el mar la lección de lo inmenso y renombrar el color que la vida me enseña debo saber respirar un oxígeno fresco y regresar a ese sol que contigo me espera"

Silvio Rodríguez