La gueldera de Acentejo
y el engodo en Candelaria.
Primero llegó la cruz
y después las espingardas.
El valeorso Bentor,
se deriscó por Tigaiga
y callaron los verdinos
y enmudecieron las chácaras,
y sangraron los mocanes
y se secó la cebada
y las abejas se fueron
y se espantaron las cabras
No quedó sino el coraje
de una isla y una raza
y una infinita querencia:
nacer, vivir y morir,
sin cadenas castellanas.
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