martes, 23 de octubre de 2007

Un "renacentista" que conquistó las ondas


Le debemos noches de insomnio y, a la vez, sueños épicos y pesadillas angustiosas. Pero, por encima de todo, quienes conocimos a Juan y tuvimos el privilegio de trabajar a su lado estaremos en deuda permanente por ser como era, un manchego orgulloso de serlo y con una vocación universalista que sólo tienen quienes han hecho del conocimiento el patio de su recreo.

El periodista Juan Antonio Cebrián falleció el pasado sábado por la tarde, a los 41 años, a causa de un infarto. Nacido en Albacete, estudió Periodismo y realizó dos masters, uno de comunicación y otro de realización de programas. En Onda Cero, unos cuantos solemos decir que nos sentimos como los Franklin y los Jefferson de la casa, los padres fundadores de un proyecto radiofónico en el que Juan Antonio Cebrián se enfundó la camiseta con el entusiasmo del joven centrocampista que es llamado al primer equipo. Porque eso era él, un tipo volcado en el esfuerzo colectivo.

Corría el año 90 y la antigua Cadena Rato acababa su historia en un proceso de mutación de nombres y de voces. Le apasionaba la buena música americana y pasábamos muy buenos momentos hablando de los Eagles o de Springsteen, pero también de Lucky Luciano y Vito Genovese, porque la 'Cosa Nostra' era otro de nuestro nexos de conversación. Y a Juan Antonio se le ocurrió idear un programa al que bautizó como 'Turno de Noche' y que, desde su origen y hasta su reconversión, hace nueve años, en 'La Rosa de los Vientos', creó una escuela en el medio. Cebrián daba muestras de que ese hasta entonces desconocido muchacho albaceteño iba camino de convertirse en el mayor divulgador de la radio moderna en España. Tuvo el talento de combinar los contenidos científicos con los del misterio y el medio ambiente con su pasión, la historia.

'La Zona Cero' y 'Azul Verde', entre otras, eran ofertas de un contenedor en el que Juan colocaba ordenadamente el espionaje y los estrenos cinematográficos con el ascenso al Himalaya o el equipo de Atapuerca. Pero, sin duda, fue la historia a la que Juan Antonio dedicó todo su empeño para impulsar la curiosidad entre los oyentes. Centenares de miles de seguidores se engancharon a la historia con los 'Pasajes', porque él explicaba la figura de Leonor de Aquitania con la misma naturalidad y frescura con la que rememoraba los tebeos de su infancia. Y lo que no sabía esa legión de fieles seguidores es que 'El Cebri' trabajaba sin papeles, de memoria, con el magisterio y la autoridad de la que sólo pueden hacer gala unos pocos elegidos. La naturaleza le privó de la visión, pero en su aparente mundo de sombras brillaba la luz del conocimiento. Hablaba de fútbol y de cine como podía emocionarse con 'Los Girasoles' de Van Gogh o con un amanecer en la Acrópolis. Porque los ojos de Juan eran su otro yo, Silvia Casasola, su esposa, su mejor amiga, la madre de su Alejandro, el pequeño bautizado en recuerdo del gran macedonio. Dando una muestra de entereza difícilmente comparable, Silvia aseguraba horas después del fallecimiento que Juan murió con un micrófono en las manos, o sea, con las botas puestas. La noche era Cebrián y siempre se volcaba en ella porque, como decía con su imborrable sonrisa, "por la noche no te oyen, te escuchan". Bomberos, policías, estudiantes, enfermeras, corazones solitarios, amantes en fin de la buena radio, han hecho suyos los turnos de noche de Juan, del mismo modo que se han dejado orientar hacia la senda del saber siguiendo 'La Rosa de los Vientos'.

Como escritor, publicó varias obras, como 'Mis favoritos' y 'Enigma', y ha sido colaborador durante muchos años de EL MUNDO. Alguna de sus obras, publicadas por la Esfera de los Libros, se convirtieron en auténticos bestsellers como sucedió con 'La aventura de los godos', del que se vendieron 100.000 ejemplares.

Gracias a esfuerzos como los de Juan Antonio la radio se ennoblece, la programación se adorna y el oyente coloca el dial en el punto en el que un sabio le da las buenas noches. Normalmente provocan rechazo quienes aparentan conocerlo todo sin falta alguna de pudor. Con Juan Antonio Cebrián era distinto; te sentabas a escucharle para aprender, como en la Florencia del XVI. No había disciplina que no dominase, y eso le otorgaba el valor de especie protegida y y de tesoro de museo. Se nos ha ido el último renacentista.

Ángel Gonzalo, Jefe de Internacional de Onda Cero Radio


  • Juan Antonio, mi amigo
Es domingo por la noche, concretamente la una, pero hoy es muy distinto a todos los demás. La habitual y renovada alegría que me invadía cada domingo a esta hora se ha tornado en amargura al conocer que nunca más voy a oír a mi amigo Juan Antonio Cebrián en su «Rosa de los vientos», auténtico paradigma de la radio con mayúsculas. Entretenimiento, misterio, diversión, cultura, divulgación, ciencia... Todo cabía de forma magistralmente orquestada en esa reunión de buenos amigos que era su programa. Juan Antonio te contagiaba su jovialidad, su excelente humor y su pasión por la vida, por la radio, por los variadísimos temas que trataba.
Me siento aturdido, incrédulo, pero sobre todo triste y vacío. Pero a la vez me consuela saber que Juan Antonio no ha muerto; sé que vivirá siempre en los corazones de todos los que le seguíamos y le admirábamos, en sus pasajes de la historia, en sus libros, y en general en su admirable legado. Soy un simple oyente de «La rosa de los vientos» y nunca tuve la suerte de conocer a Juan personalmente, pero sentía que él era mi amigo, que estaba ahí para alegrarme cuando lo necesitaba. Y como a un buen amigo cuando se va para siempre, le estoy llorando amarga y profundamente.
Juan, espero que allí donde estés seas feliz como una lombriz.

Jaime Tascón Gárate, ABC.

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